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Wednesday, March 31, 2010

LAS VÍSPERAS SICILIANAS


He terminado un libro intitulado como aparece arriba. No se lo recomiendo a nadie que no sea un apasionado de la Historia dado su complejidad argumental y su enorme cantidad de personajes de las distintas familias reales de la segunda mitad del s.XIII. Fue escrito por un maestro en la Edad Media, famoso por sus Historias de las Cruzadas, sir Steven Runciman, inglés que vivió a lo largo del s. XX. Voy a intentar resumirlo lo mejor posible teniendo en cuenta la complejidad del mismo y mis evidentes limitaciones, pero no me resisto a intentarlo porque, según el gran Runciman, fue un hecho clave durante la Edad Media que alteró el destino de naciones y de instituciones mundiales.
La historia narra la epopeya del pueblo siciliano, formado por gentes valientes, independientes y salvajes si pintaban bastos. Sicilia era parte del Imperio Romano centroeuropeo, en manos de los Hohenstaufen hasta 1250, año en el que murió Federico II . El papado quería imponer un candidato a la corona que debilitara a la familia alemana, que ya había elegido al hijo de Federico, Manfredo, como heredero de la parte italiana de los dominios del padre. La iglesia romana, en manos del Papa francés Urbano IV, buscaba desesperadamente un candidato entre las cortes europeas hasta que dio con Carlos de Anjou, de Francia.
Carlos era un gran hombre por su inteligencia, su riqueza y su capacidad de mando, pero le perdía su desmedida ambición. Aceptó gustoso la oferta papal y se presentó en Italia con un poderoso ejército arrebatando ciudades a los enemigos del Vaticano, los gibelinos. Aliado con los güelfos, se apoderó de Roma, de Nápoles y de ahí a Sicilia a tomar posesión del territorio. Carlos se creía el heredero de los príncipes cruzados, por eso toda su vida tuvo la ilusión de conquistar Constantinopla, unir las dos iglesias cristianas y expulsar a los árabes de los lugares santos. Aplazó ésta empresa hasta cuatro veces por diferentes motivos hasta que la muerte le sorprendió. Consciente de su poderío, despreció a sus enemigos, sobre todo a los sicilianos y a la corte de Aragón, olvidando que su alianza podría destruirlo.
Otro error capital de Carlos fue el de imponer funcionarios franceses en toda Italia, especialmente en Sicilia, donde se incubaba un odio visceral contra esos extranjeros que gobernaban su país y los exprimían de sus cosechas, animales y dinero. Descuidó a Sicilia, a la que sólo visitó un vez en 20 años, permaneciendo casi siempre en Roma y Nápoles.
En el campo de batalla, hasta las vísperas, era invencible: batió y ejecutó a Manfredo y a su sucesor Conradino (éste era el último representante de la casa Hohenstaufen y fue decapitado en Nápoles, en la Plaza del Huevo) en sendas victorias inapelables, y cuando se produjeron las vísperas, el 30/03/1282, en Palermo, no le dio importancia. Las crónicas cuentas que un grupo de soldados se propasaron con unas chicas sicilianas enfrente de una iglesia que hicieron explotar la indignación del valiente pueblo siciliano convirtiendo la isla en una pesadilla para todo aquel que fuera francés. Más de 2000 franchutes fueron masacrados dentro de la isla, y cuando Carlos mandó un ejército para retomar el control, chocó con la Corona de Aragón y Roger de Lauria, el gran almirante italiano a sueldo primero de Jaime I y luego de su hijo Pedro. Pedro de Aragón estaba casado con Violante de Hungría, hija de Manfredo y por eso entró en la disputa de parte de los sicilianos. Tuvieron la suerte de contar con Lauria, el almirante que derrotó una y otra vez a la flota francesa no sólo en Italia, sino también en las costas catalanas porque los franchutes atacaron en Italia y en España(llegaron incluso a tomar Gerona).
Pasaron los años, Pedro y Carlos murieron en 1285 y la guerra la continuaron sus hijos. La Corona aragonesa demostró tener mejores prestaciones de las que se le suponían y no sólo expulsaron a los franceses de Sicilia, sino de todo el sur de Italia, incluyendo Nápoles.
Finalmente, en 1302 se firmó una paz por la que los franceses cedían Sicilia y Cerdeña (de ahí "las dos sicilias") y los aragoneses les cedían el sur de Italia.
Más de 300 años después, un rey francés amenazó a un embajador español con:" desayunaré en Milán y comeré en Roma" (en aquel entonces eran posesiones españolas) y el embajador replicó:" entonces llegará sin duda a Sicilia a tiempo para las Vísperas".
Posdata: me recuerda mucho a la invasión napoleónica de España, en la que los ejércitos españoles fueron vencidos una y otra vez y el pueblo español, valiente, unido y asalvajado se rebeló y convirtió la piel de toro en una pesadilla para el francés. Qué contraste con los civilizados pueblos alemanes, holandeses y austríacos que, una vez vencidos sobre el campo de batalla, aceptaban humildemente la superioridad francesa y se dejaban gobernar mansamente.

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