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Friday, April 30, 2010

TIENDAS DEL BARRIO


Ya he comentado otras veces que uno de mis grandes defectos es la curiosidad, el cotilleo, la observación de, sobre todo, la peña. Siempre que puedo, dentro de los límites de la decencia, observo a alguien que me llama la atención por el motivo que sea. Los dependientes de los comercios del barrio son como los de cualquier barrio de clase media-baja de cualquier ciudad española, por lo que los hay de todos los tipos.
R. es la jefa del desavío de la izquierda, el que está al ladito del insti; tiene una empleada, S., y en su colmado, vende de todo lo que hace falta en una casa, desde detergentes hasta leche condensada pasando por todas las clases de embutidos en barra que existen.
La primera vez que entré, hará unos tres años, me dio una impresión paupérrima. S., la empleada, de delgada que estaba parecía una yonki en estado terminal, y el bote de mayonesa (que descolgó de una balda que soportaba un dedo de grosor de polvo) que me agencié había caducado hacía ya unos tres meses. Volví, temeroso de que no me lo descambiaran y con el firme propósito de no poner un pie de nuevo y me equivoqué en ambos propósitos: me lo descambió S. inmediatamente sin darme tiempo a explicarme siquiera y desde entonces he vuelto cienes y cienes de veces.
Me escandalizaba la anorexia de S.; porque de que era anorexia no había la menor duda. Frisaría los 40 kg una treintaañera de aprox. 1.65m. Su raquítico cuerpecito, ligero como una pluma, amenazaba con descomponerse en cualquier momento. Para colmo, al poco se quedó embarazada. A los meses, su barriga abultaba poco más que un melón de tamaño medio, por lo que mi espanto aumentaba preocupado por la salud de la criatura, probablemente hambrienta dentro de ese cuerpo exangüe, seco de alimentos. Pero felizmente una vez más me equivoqué y S. dio a luz una niña más sana que una pera. Con los años hemos labrado si no una amistad, una cierta complicidad propiciada por su bonhomía y mis buenos modales. A veces me fía, cuando ando corto de lana (como decía el gran Cantinflas), y yo a cambio le echo un piropo, o la escucho contarme que ha engordado 8 kg ( se le notan) y que necesita otros 5 por lo menos para estar divina.
Tiene guasa lidiar con cientos de vecinas diariamente, cada una de una leche, y salir airosa como hace S., que fía a manos llenas sabedora de que la jefa no se cosca de la mitad y de que a la larga la mayoría pagamos.
Porque la jefa, R., es otra que tal. A la pobre Dios no la ha dotado con las gracias que hacen de las mujeres esos seres casi divinos para los hombres (toma cursilada). Al contrario que S., R. es grande en "sensu strictu" (¿ se dice asín?); cerca del 1.80m, oronda de formas como un barril de cerveza, con un culo enorme, turgente y respingón. Probablemente el culo le roce con los bordes de la puerta, y ella lo mueve bamboleándolo, aprovechando sin duda la fuerza cinética que se produce para aligerar esa masa desproporcionada. Su carácter no le va a la zaga al físico, y es también desproporcionado, expansivo, con una voz a lo Caballé y una risa de jamelgo desprovista de complejos. Porque R. cuando se rie lo hace a mandíbula abierta, atronando el colmado con esa potente voz y dejando ver unos dientes con más faltas que el Congreso de los Diputados en agosto. Me recuerda mucho a las viñetas de Forges, en las que pinta a una mujer grande, enorme, que sostiene al marido en la mano o entre un generoso escote.R. siempre lleva unos pantalones finos de nylon y una camiseta de mangas cortas, ambas prendas blancas. Soltera y sin compromiso, su falta de complejos y prejuicios a pesar de su fealdad, me lo confirmó el bailoteo que se pegó en la arena de la playa en la última noche de San Juan ella y una amiga durante la actuación de una banda de pueblo más mala que Shakira y Britney Spears cantando a dúo por El Fary.

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