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Thursday, April 08, 2010

GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS


Un país, como una persona, desmemoriado, no puede tener futuro o, si lo tiene, no puede ser muy halagüeño. Es un síntoma de pueblos incultos o incivilizados. Los Apache, esa maravillosa e indómita tribu que habitó una vez las grandes llanuras desérticas norteamericanas, no conocían la escritura y, por ende, ignoraban absolutamente todo de las generaciones pasadas. Al no haber constancia escrita de los hechos de sus antepasados, no había forma de saber quién, qué o cómo habían llevado a cabo gestas notables, cacerías espléndidas, alianzas duraderas, etc.
En España, aunque conocemos la escritura desde hace muchos siglos, no le damos la importancia que se merece a nuestro rico pasado. Es, como digo, un síntoma de incultura. Castillos de la Reconquista, torreones costeros para vigilar , restos de ciudades romanas, languidecen ante el analfabetismo y la incuria de los españoles. Si lo comparamos con otros países, la diferencia de trato es sonrojante: el Stonehenge inglés, un conjunto paleolítico nada del otro mundo, es todo un símbolo cultural e identitario de esa gran nación; Little Big Horn, donde sucedió una batallita en la que murieron varios cientos de personas, es un par de colinas sagradas para el yanki medio. Me alegro por ellos. Saben honrar sus hechos pasados para construir un futuro mejor. Si nosotros no sabemos o no podemos, es culpa nuestra, no de ellos.
Algo parecido pasa con las personas, y entre ellas, hay una que es incomprensible y suicida pasarla por alto: Jovellanos. Un personaje que en otro país sería poco menos que venerado y recordado frecuentemente (tal y como J. Adams en USA o Voltaire en Francia), en España es, como mucho, vagamente mencionado.
Jove fue un patriota en el mejor sentido de la palabra;¿Cuántas batallas ganó con su espada? ¿A cuántos países sometió bajo su bota? ¿Cuántas ciudades se rindieron ante su paso? Ninguno, ninguno y ninguno. Su arma fue la palabra, la sabiduría, el trabajo y el amor por su patria, la pequeña, Asturias, y la madre, España.
Nacido en 1744 en Gijón, iba para la Iglesia hasta que un golpe de suerte, unido a su probada inteligencia, le destinó a Sevilla como Juez principal. Corría el año 1768 y en los diez años que pasó en la ciudad, no sólo impartió justicia con equidad y humanidad, sino que dignificó las cárceles, la comida de los reos y garantizó que dispusieran de una defensa. Sus tertulias con Pablo de Olavide fueron de las más brillantes de España iluminando la vieja ciudad andaluza con un fulgor pocas veces visto.
Luego, desde el 78, a la capital a triunfar llamado por el gran Carlos III, un rey bonachón, inteligente y condesdendiente que supo rodearse de grandes consejeros. Con treinta y pocos años, Jove fue nombrado miembro de varias academias premiando así su sapiencia en muchas ramas. Su puesto en la capital fue el de alcalde de Casa y Corte, una responsabilidad grande ya a pesar de su juventud. Así transcurrieron los mejores y más fructíferos años de su vida, promocionando la alfabetización por toda España, la mejora de la agricultura y empapándose de las corrientes ilustradas que hacía años que recorrían toda Europa.
Pero la época feliz no podía durar siempre y a partir de 1789, con la muerte del rey y la Revolución Francesa después, empezaba una etapa de penurias y calamidades que sólo acabarían hasta la muerte del gran Jove.
Con Carlos IV, su mujer, María Luisa de Parma "La Parmesana" y el valido Godoy, da comienzo una de las etapas más vergonzantes de la Historia española. Ante los horrores antimonárquicos del vecino francés, el gabinete de gobierno se enrocó en posiciones ultraconservadoras que se reflejaron en el ostracismo a que fueron sometidos los consejeros más liberales de Carlos III: El Conde de Floridablanca, Campomanes y Cabarrús, gran amigo de Jove, el cual salió ingenuamente en su defensa con una carta escrita que es un modelo de honestidad más de 200 años después. A esto el rey, manso y pusilánime títere en manos de La Parmesana y de su favorito Godoy, mandó a Jove a Asturias "aconsejándole" que no viniera a Madrid.
Nuestro héroe no pudo por menos que obedecer a su rey, temeroso de la ira real, y permanecer en Gijón durante 6 años en los que no tuvo reposo. Gran admirador del sistema parlamentario británico, en el que incluso el rey estaba subordinado al parlamento, hombre de letras pero sabedor de la importancia de las ciencias para el progreso, nunca fue amigo de las revoluciones en las que era necesario sacrificar una generación para asegurar el porvenir de la siguiente. En 1797, de buenas a primeras es llamado a la Corte como ministro ( sólo había cinco ministros en ese gabinete) y va con el deber de servir a la patria pero con la aprensión del que conoce el paño. Un gabinete de sectarios lameculos subordinados a Napoleón en el que dura sólo 8 meses. Vuelve a Asturias a disfrutar los últimos años de su vida cuando es arrestado bajo falsas acusaciones y enjaulado en Bellver, Mallorca, durante 8 años sin juicio previo. Así se paga en España la inteligencia, la sabiduría y el amor a la patria.
Cuando tras el motín de Aranjuez cae la familia real, es prontamente liberado y, a pesar de la superioridad francesa tanto militar como cultural, se pone de parte del pueblo otra vez en la Junta militar de Sevilla para dirigir la resistencia. En 1810, viejo y cansado, vuelve a Asturias hasta que es ocupada por los franchutes y tiene que escapar en barco. Atraca en un pueblecito asturiano y muere solo y olvidado en una casita oscura y pequeña.
¡Qué bien lo captó Goya en su magnífico cuadro!

2 comments:

Jarttita. said...

Goya era más moderno que todos los que se dicen "modernos", sí señor.

Este miedo al cambio, tan español, nunca nos hará libres.

danicurri said...

sí que era moderno el tío, un adelantado para su época.
Jove detestaba los grandes cambios, como el de la Revolución Francesa, por la gran cantidad de vidas que se quedaban en el camino. Él prefería, más que un cambio brusco, una especie de desarrollo lento pero firme cimentado en la cultura, como el modelo inglés.