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Thursday, November 12, 2009


Estaba sentada en un poyete alto al lado de una calle de barrio mientras yo pasaba con el coche pensando en mis cosas. Sin duda estaba esperando a alguien; una amiga quizás, o un grupo de colegas con los que dar una vuelta y echar unas risas o quizás un chico, el primero probablemente, alguien especial para ella que a su vez la hiciera sentir como si fuera la única mujer en el mundo.
Era joven, unos quince años, no sé si guapa, fea o normal, pelo moreno rizado y largo que le caía como una cortina por un lado de la cara. Vestida normalmente, unos vaqueros y un jersey fino negro si no recuerdo mal. La cabeza medio ladeada hacia el lado izquierdo porque en su regazo sostenía un libro, sí, un libro, y durante el segundo que la miré mientras pasaba esbozé una media sonrisa. Me dieron ganas de bajarme y preguntarle qué leía, quizás era Dumas, o Cervantes, o Dickens, o quizás no, quizás era Dan Brown o el último libro de uno de los hijos de Carmina Ordóñez, pero que diantres, a quién le importa.
Si esta chica está leyendo mientras espera a alguien es que es una lectora compulsiva, de las que lleva un libro a todas partes en el macuto para no desaprovechar el tiempo: para las largas esperas de la consulta del médico, para el autobús, la playa, etc. es lo primero que coge porque si se le olvida se cabrea y se pregunta en qué estaba pensando.
Esa imagen me viene a la cabeza de vez en cuando, y pienso que no todo está perdido, que no todos los adolescentes son maleducados, horteras y se fuman porros como cartuchos de castañas durante la rabona diaria, sino que de cuando en cuando sale alguien que te reconcilia con el mundo, que lo hace un poco menos feo, hostil, como una amapola entre un campo de cardos.

2 comments:

Daniel Ruiz García said...

Chapó, amigo.

danicurri said...

gracias compi