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Thursday, January 19, 2006

A pesar de que cuando yo lo conocí tenía ya más de ochenta años, Luis todavía se preocupaba por su indumentaria y salía a la calle impecablemente vestido; bufanda de seda atada al cuello al estilo de Jesús Quintero, americana abrochada justo por el botón del medio, pantalones finos y su bastón, su inseparable bastón con contera de hierro que le daba esa imagen de "dandy". No salía de casa nunca antes del mediodía, después de haberse acicalado como un quinceañero ante su primera cita o como si hubiera quedado con Catherine Zeta Jones.Hablaba lentamente, muy lentamente, y cuando lo hacía todos le escuchábamos con devoción, como si fuera un Dios el que estuviera hablando.
Luis tuvo una infancia dura , como la de casi todos los niños de los años veinte del siglo pasado; El había nacido y se había criado en un pueblecito de la provincia de Sevilla,Aznalcóllar, donde las penurias eran si cabe algo más acentuadas que en otros sitios.
Durante la guerra civil, fue apresado por los nacionales y enviado a un campo de concentración del norte de España, y a decir de sus propias palabras, no murió de hambre porque cantando flamenco conseguía raciones extras.
Cuando acabó la guerra, se colocó de mozo de equipajes en el Hotel Alfonso XII de Sevilla, donde trabajó hasta su jubilación cuarenta años más tarde;ahí conoció a alguno de los personajes más célebres de la época, como Hemingway, Dominguín y sobre todo, Ava Gardner, la mujer más bella que nunca ha existido y que él recordaba como si fuera ayer. Mientras tanto, empezó a cantar flamenco del puro, del de verdad, y no las "mariconadas " tipo José Mercé de hoy en día.A decir de los entendidos, cantaba como los ángeles, pero él nunca tuvo vocación comercial.Se limitaba a grabar sus discos que al principio era todavía de pizarra que con el paso de los años le proporcionaría una holgada posición económica
Reconozco mi debilidad por los viejecitos, pero en este caso estaba más que justificada; tenía una sabiduría infinita labrada durante toda una vida de vivencias y de lectura. Un sentido del humor mordaz, finísimo, que encontraba en las mujeres su destino más frecuente. Le gustaba la charla pausada, sin prisas, y cuando contaba sus batallitas de sus años mozos se le iluminaban los ojos y se le perdía la vista en el infinito.
Ya hace más de cinco años que no lo veo y que no sé si está todavía vivo o ya murió, pero me acuerdo de él a menudo y lo que si sé es que mientras yo
viva nunca te olvidaré, Luis Caballero.

1 comment:

Daniel Ruiz García said...

Quillo, lo que más me gusta es la sinceridad que desprendes. El del gordo que está de baja es cojonudo... ¿No hay ningún compañero de noche que no sea tan caricaturesco?

Un abrazo,

dani